Pablo Gómez

Las prioridades del orgullo

Con la humildad y el buen ánimo de un simple ciudadano que no quiere dejar pasar la oportunidad de poder intercambiar reflexiones políticas con sus representantes, el presente texto tiene como objetivo realizar una réplica al reciente artículo del diputado autonómico Mario Cabrera titulado “Orgullo majorero” y publicado en este medio.

Fuera de toda duda, que existan gobernantes que sientan aprecio por la música y la cultura y ofrezcan a los ciudadanos alternativas artísticas de calidad es una noticia positiva. Decía Bernard Shaw que mientras un espejo sirve para mirarnos el rostro, el propósito del arte es reflejarnos nuestra alma.

Es por ello que este artículo no pretende rebatir la positiva consideración que manifiesta Mario Cabrera hacia la obra “Iván el Terrible” en particular (a pesar del alto coste de las entradas y del temor racional a la imagen de un aforo semivacío) o con respecto a las instalaciones del Palacio de Congresos en general (a pesar del escaso catálogo de libros de su Centro Bibliotecario y los reiterados problemas de conexión a internet que en él se producen), sino más bien poner en duda, o al menos a debate, el orden de prioridades que debería regir una sociedad como la nuestra.

Abraham Maslow fue un psicólogo de reconocimiento mundial cuyo estudio más relevante giró en torno a su famosa pirámide de necesidades. En ella se establecía un modelo jerárquico de cinco niveles: necesidades fisiológicas, de seguridad, de aceptación social, de autoestima y finalmente de autorrealización. Según el investigador, es necesario que quedaran previamente satisfechas las necesidades más básicas para que se pudieran ir generando sucesivas necesidades superiores.

Siguiendo este modelo, el acceso al arte y a la cultura estaría situado en la cúspide de la pirámide, dentro de las llamadas necesidades de autorrealización, referidas a la creatividad y al placer artístico, entre otras cuestiones. Sin embargo, cabría preguntarse si actualmente la sociedad majorera ha satisfecho previamente necesidades básicas mucho más apremiantes.

Hago referencia en concreto al estado de la Sanidad en Fuerteventura, recientemente calificada como “tercermundista” por la Asociación Defensor del Paciente y denunciada en Fiscalía por una aparente dejación de funciones y mala gestión pública. Según la pirámide de Maslow, los aspectos relativos a la salud estarían situados en el segundo peldaño, dentro de las necesidades de seguridad, que también englobarían la ausencia de peligros inmediatos y la existencia de un entorno estable.

Los bochornosos y al mismo tiempo asépticos datos numéricos que ofrece el sistema sanitario majorero cuando se compara con el de otras islas vecinas (capitalinas y no capitalinas) enmascara situaciones tan dramáticas, que ni las sinfonías en directo del mismísimo Dmitri Shostakóvich resucitado podrían levantar el ánimo a sus afectados. Es así como se confirman las tesis de Maslow, observando la agonía física y psicológica del enfermo (y de sus familiares cercanos) que no puede pensar en otra cosa que en esa cita médica, ese diagnóstico o esa operación, que se retrasa cada poco y parece que jamás termina de llegar.

No es criticable sentirse orgulloso por la calidad de las orquestas que actúan en nuestra isla pero es preciso recordar que un gran porcentaje de majoreros (todos aquellos que directa o indirectamente pueden verse afectados por el deficitario sistema sanitario) tienen necesidades mucho más básicas que deben ser satisfechas previamente, de manera urgente, antes de poder experimentar el goce de la contemplación artística.

Las peticiones son claras: Reducción de las listas de espera médicas, desarrollo de servicios de oncología adecuados, aumento del número de ambulancias medicalizadas, potenciación de la cobertura y el acceso a los servicios sanitarios en las poblaciones del interior y del sur de la isla; y una de reciente impulso, la apertura de un Hospital Geriátrico Insular. Cualquier análisis objetivo de la situación de la Sanidad en Fuerteventura evidencia y confirma la necesidad de estas nada utópicas peticiones.

Es frustrante observar un pueblo que no sabe ya qué más hacer para que alguien le escuche. Desde manifestaciones masivas (alrededor de 15.000 personas) como la que tuvo lugar el 24 de septiembre de 2016, hasta el admirable y entregado trabajo diario de personas individuales de enorme valía como Izaskun Núñez, Álvaro García o el médico de todos, Don Arístides Hernández, entre otras muchas.

Seguramente se podrán oponer todo tipo de argumentos técnicos, presupuestarios, de planificación o cualquier excusa burocrática para negar estos reclamos. En una época en la que el descrédito hacia los políticos alcanza niveles extraordinarios, recuperar la senda de la preocupación por las necesidades materiales del día a día de las personas que sufren sería el mejor rumbo para cambiar tan negativa, y en ocasiones injusta, consideración.

Sentirse orgulloso del sistema sanitario. Eso sí que sería algo digno de admirar.

Comentarios

Estando de acuerdo parcialmente con el autor, me encuentro sorprendido por las referencias que utiliza, en especial proveniendo de Podemos: Por un lado, apoyándose en la tesis de la pirámide de Maslow, ampliamente criticada entre otros motivos por legitimar la piramidalidad social (quizás se delata aquí por su condición socioeconómica); y por otra, la referencia a George Bernard Shaw, frase falsamente atribuida al escritor irlandés en webs de frases célebres. Le invito a que se tome en serio los debates

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