ENTREVISTA

“Multar al cliente expone a la trabajadora sexual a mayor vulnerabilidad”

Paula Sánchez Perera, filósofa y autora de 'Crítica de la razón puta'

María José Lahora 1 COMENTARIOS 20/05/2023 - 08:34

Paula Sánchez Perera (Lanzarote, 1988) es profesora de Filosofía especializada en comercio sexual y activista feminista. Sus líneas de investigación parten de un bagaje académico nutrido por estudios de filosofía, teoría crítica de la cultura y formalizados mediante un doctorado en Humanidades. Es autora del ensayo editado por La Oveja Roja Crítica de la razón puta. Cartografías del estigma de la prostitución. Una obra que parte de su tesis doctoral. Asegura que antes de escribir el libro era abolicionista, pero que tras conocer la situación real que sufren las trabajadoras del sexo y los movimientos activistas la percepción cambió. Ahora defiende que es un trabajo y lucha para que se reconozcan los derechos de las personas implicadas. No en vano, los beneficios de la venta del libro están destinados a esta causa.

-Lo primero ¿a favor de abolir la prostitución o despenalizarla?

-A favor de despenalizar, es decir, de derogar las normativas que criminalizan a las mujeres, de otorgar derechos laborales, que son la puerta de acceso a los derechos civiles y sociales plenos, que parece que se nos olvida, para todas aquellas que prefieran seguir ejerciendo y a favor de ofrecer alternativas laborales, pero que no sean ni feminizadas ni precarias, que sean realistas para quienes deseen abandonar el ejercicio de la prostitución. España es abolicionista desde el Código Penal de hace casi treinta años, es un indicativo de que por mucho que se penalice no va a desaparecer, sino que se clandestiniza. Si queremos abolir a largo plazo la prostitución hay que atacar las estructuras que la generan que son generalmente la pobreza y la Ley de Extranjería.

-¿Cuál es la opinión general de las propias implicadas tras su estudio de campo?

-Hay todo tipo de opiniones y posturas políticas por parte de las mujeres que ejercen o han ejercido la prostitución, pero en cuanto al movimiento autoorganizado de trabajadoras sexuales en activo abogan por lo que he trasladado en la respuesta anterior, por la despenalización, el acceso a derechos, alternativas laborales por un marco de reducción del daño y laboral.

“La prostitución obedece a problemas estructurales como la pobreza”

-¿Cómo valoran el carácter abolicionista de la legislación en España que comentaba antes? ¿temen por su puesto de trabajo?

-Más que como por el hecho de temer quedarse sin trabajo, reprochan que se les criminaliza y que se les complica aún más la vida y no les dan una opción realista al ejercicio de la prostitución, porque al margen de la aspiración abolicionista están las políticas concretas, como la Ley de Seguridad Ciudadana que multa al cliente desde hace ocho años y complica sus fuentes de ingresos y la negociación porque suelen trasladarse a espacios más opacos y clandestinos que las exponen a mayor violencia.

-Ha viajado hasta Latinoamérica, en concreto Buenos Aires, para documentar y conocer la situación sobre el terreno ¿Es el mismo estigma en todas partes del mundo?

-Solo conozco el contexto de Buenos Aires y el de España. El estigma no creo que sea universal, pero sí muy similar en esas sociedades que tienen un patriarcado que se conjuga con la herencia judeocristiana. En el libro no solo abordo el debate político de la prostitución, sino también la semántica del estigma “puta”. Creo que nos interpela a todas las mujeres porque a todas las que nos hemos rebelado nos han llamado “puta” en algún momento de nuestra vida. El estigma más allá de la prostitución forma parte de la construcción de género y funciona como un dispositivo patriarcal que busca controlar la reputación moral. Lo vemos muy claro en los casos de violencia sexual. También tiene las mismas consecuencias a nivel de estigma social: las políticas, cuando se criminalizan y se clandestiniza la prostitución, dan lugar a similares resultados en el recorrido personal de las mujeres. Lo que ocurre es que, a diferencia de Buenos Aires, España tiene un contingente de mujeres migrantes ejerciendo la prostitución. En la capital argentina tienen otro tipo de políticas anti trata y códigos contravencionales que las meten en prisión, otro tipo de criminalización.

-¿Por qué precisamente eligió Buenos Aires en su estudio sobre la prostitución al otro lado del Atlántico?

-En Buenos Aires está el sindicato Ammar (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina). Es un referente para todas las hispanohablantes. En términos de activismo han llevado a cabo una construcción política muy exitosa, con más de 6.500 trabajadoras sindicadas. Me interesaba conocer esa faceta y entenderla fue lo que me hizo cambiar. Yo era abolicionista cuando comencé la tesis y cuando viajo a Argentina conozco argumentos materialistas, que parten de las condiciones materiales que existen en torno al trabajo sexual. Materialismo histórico para que nos entendamos, pero que no sería solo el marxismo, sino toda la posición de izquierdas que parte de la conciencia de clase, y la prostitución depende también de un factor de clase.

“En un mundo ideal no existiría la prostitución ni el trabajo asalariado”

-¿Cree que España está más cerca de reconocer los derechos laborales de las trabajadoras del sexo?

-No, para nada. El Estado español conjuga un modelo híbrido de prostitución, en realidad, dependiendo del nivel normativo de la jerarquía al que atendemos va a haber un modelo jurídico u otro. A nivel de código penal España es abolicionista desde hace casi treinta años. De hecho, desde 1956 que lo decretó Franco en aras de la defensa de la dignidad de la mujer. A nivel de alterne somos reglamentaristas. Se controla la prostitución zonificando los espacios de tolerancia donde la Administración concede licencias y la patronal está reconocida por el Tribunal Supremo desde 2004, en el caso Mesalina, sin embargo, ellas, la parte débil de la relación laboral, no tienen reconocido ningún derecho. Ni siquiera pueden denunciar la explotación laboral porque no se reconoce esa relación laboral. A nivel de calle, España es prohibicionista a través de la Ley Mordaza y las ordenanzas municipales que sancionan tanto el ejercicio de la mujer como del cliente. Todo esto da lugar a una serie de vulneraciones que tienen que ver con la clandestinidad y con la criminalización. Cada vez estamos más cerca de una esfera punitiva sobre la prostitución.

-Parece paradójico que mientras se reconoce a la patronal del alterne se criminaliza a las trabajadoras.

-Al no existir relación laboral, la capacidad potencial que tiene el empleador, el proxeneta, para imponer las condiciones es ilimitada; tampoco hay prestación de ningún tipo, ni siquiera tienen acceso a la vivienda porque no tienen derecho a nómina. La patronal se escuda en que es la patronal del alterne y no de la prostitución por cuenta ajena, la prostitución continúa por cuenta propia. En el libro se relata todo esto a través de los procesos judiciales de Evelyn Rochel contra su club de alterne Flowers al que demandó, ella se acercó a la ONG donde estaba realizando el trabajo de campo y pudimos ver cómo eran los discursos de la patronal, como el juego de roles fáctico por el que se impide el reconocimiento laboral.

-En muchas ocasiones se relaciona prostitución con trata de personas y explotación sexual ¿es quizá este hecho uno de los principales problemas?

-La trata de personas tiene muchas otras finalidades, no solo la prostitución forzada, aunque en el debate público solo se ponga el ojo en la prostitución, también está la servidumbre y el trabajo forzado y otros muchos nichos, en ninguno de ellos vamos a escuchar que se hable de una relación de causalidad directa, es decir, porque hay prostitución hay trata. Hay una forma de trata que es con fines de matrimonio forzado. Si analizamos los balances del Centro de Inteligencia contra el terrorrismo y el Crimen Organizado (CITCO) vemos que ni siquiera es la forma principal y el Consejo de Europa a través del Greta lleva años demandando a España una reforma integral que tenga en cuenta todas las finalidades de la trata. Creo que también al margen de esta discusión interesada, política que asimila prostitución y trata, hay que tener en cuenta que no existe ningún estudio cuantitativo que corrobore que el 80 por ciento de la prostitución es trata, algo que se viene escuchando por diferentes medios y personalidades públicas. En 2010 la ONU mantuvo que era el 14 por ciento. Al margen de todo esto, está nuestro problema de cómo abordamos la trata. Nos limitamos a abordarla desde la causación penal del delito y el control migratorio en lugar de poner en el centro la reparación de los derechos humanos de las víctimas, como lucha la asociación Proyecto Esperanza y, en ese sentido, vemos que las cifras dramáticas de la trata son las de las pocas mujeres víctimas de trata que han recibido permiso de residencia y trabajo y de reagrupación familiar y un larguísimo etcétera.

“La ONU señaló que sólo el 14% de la trata era con fines de prostitución”

-Se habla de trabajadoras del sexo ¿no representa esa misma definición un intento de despenalizar la prostitución, de conferirle las garantías sociales necesarias al ejercicio de la prostitución?

-El nombre de trabajadoras del sexo no procede de la academia, es obra de una prostituta y activista, Carol Leigh, que en los años ochenta la ideó en Estados Unidos con la intención de avalar su voz en el espacio feminista desde un vocablo que no fuera estigmatizante. El reconocimiento como trabajadoras es fundamental para contrarrestar la estigmatización. Sin embargo, llamar trabajo al trabajo no implica defender el trabajo a menos que se tenga una visión liberal del empleo. Desde mi punto de vista, el trabajo es el contexto de la explotación y los derechos se piden porque son la mejor herramienta que tenemos para combatirla. La clase obrera no escoge trabajar, es una coerción estructural, se trabaja por necesidad económica. Nadie está diciendo que el trabajo sea bueno.

-En su libro escribe sobre combatir la invisibilización de las trabajadoras del sexo. ¿Cómo?

-Ellas forman parte del libro, muchos son los testimonios de las 26 entrevistas semiestructuradas que realicé durante la tesis doctoral de la que procede esta obra. Parte de ahí, de escucharlas. Es falsa la idea de darle voz a las sin voz porque voz ya tienen, lo que no hay es voluntad de escucha. Se trata de reconocerlas como sujetos con autoridad, conocedoras de su propia realidad, con capacidad de resistencia y de tomar decisiones responsables, aunque no sean las que una misma tomaría para su propia vida. No solo es respeto, es también comprender que tenemos mucho que aprender de ellas. Son conscientes del gran teatro social y para ellas no representa ningún secreto, al igual que absurdas les parecen muchas de las convenciones sociales. Cuando yo realizaba intervención social en el polígono, me daba cuenta de lo desubicada que estaba porque solo veía la parte de la víctimización de su realidad y en muchos sentidos tenemos la otra parte, la de la resistencia. Nos dan mil vueltas en términos de fortaleza y habilidades sociales.

-¿Qué papel juega el cliente al que se ofrece el servicio en el objetivo de desestigmatizar la prostitución?

-Nadie está negando que la prostitución sea una institución patriarcal. El problema es que no se reconoce que no es la única ni independiente de otras como es el matrimonio. De hecho, tanto a nivel histórico como social son las dos caras de la misma moneda. Tampoco se trata de pensar que el consumo de servicios sociales sea estupendo o no tengamos que hacer una valoración crítica de ese consumo. Partimos de un hecho corroborado por la investigación y entidades como Amnistía Internacional o Médicos del Mundo Francia: cuando multamos al cliente a quién más perjudicamos es a las trabajadoras. No es verdad esta idea de que sin demanda no hay oferta, porque desde la crisis económica de 2008 sabemos que se ha reducido la demanda y sabemos que se ha incrementado la oferta, porque la prostitución obedece a problemas estructurales donde la pobreza es fundamental. Poner el foco en el individuo es un razonamiento liberal, lo tenemos que poner en las estructuras si lo que queremos a largo plazo es abolir la prostitución. No es útil juzgar al cliente por su estatus como cliente, sino que habría que hacerlo por los actos concretos de violencia y abuso que pudiera llevar a cabo, porque una vez que contextualizamos la violencia como esencial y constante no podemos detectar cuando efectivamente se produce ni podemos realizar acciones eficaces. El cliente no puede ser estigmatizado por mucho que se intente, no sufre estigma, solo se contamina del de ella momentáneamente cuando consume, y no puede tenerlo porque la doble moral patriarcal dicta que lo que los hombres hagan con su sexualidad, mientras no desafíe la heterosexualidad, ni les marca ni les devalúa. De eso va precisamente el machismo.

-¿Es decir, que penalizar al cliente solo viene a perjudicar a las trabajadoras?

-Multar al cliente expone a la trabajadora a mayor precariedad, mayor riesgo y vulnerabilidad. No es una defensa del cliente. Estamos en una sociedad hiperconsumista, neoliberal, en la que muchos deseos se estereotipan como necesidades. No estamos siendo acríticas con esa realidad, sino vemos qué realidad es la que tenemos, cuáles son las condiciones desde las que partimos y cómo podemos avanzar hacia las condiciones de mejora de trabajo de quienes ejercen la prostitución. En un mundo ideal no existiría la prostitución ni el trabajo asalariado. Caminar hacia ahí significa poner el foco en las estructuras, apostar por la resocialización de la riqueza, poner el foco en el control migratorio para derogar o reformar la Ley de Extranjería… toda esa serie de causas que son las que alientan la prostitución más allá del consumo de servicios.

-¿Existe algún modelo a seguir en el camino de la regulación de este trabajo?

-Lo primero, aclarar que no estamos a favor de una regulación como la que se ha producido en Alemania o en Países Bajos. El movimiento proderechos es muy crítico con la posición regulacionista, que es de control estatal y que no favorece a las trabajadoras, sino a los empresarios. Estamos a favor de la despenalización porque el modelo que por ahora nos resulta más adecuado es el de Nueva Zelanda, donde se despenalizó la prostitución en nuestro siglo con una reforma evaluada y formulada por el propio comité de prostitutas neozelandés. Los datos que nos proporciona tanto la academia como la intervención social son muy reveladores, como por ejemplo que no ha aumentado la trata de personas con fines de prostitución forzada porque nunca ha sido un destino para ello: los flujos migratorios son fundamentales a la hora de entender la realidad de la trata de personas. La despenalización mejora su seguridad y su percepción de que pueden acudir a la policía ante cualquier problema porque están amparadas por la Ley. Es el escenario que más le gusta al movimiento proderechos, aunque no es la panacea porque si un modelo jurídico pudiera acabar con la explotación no existiría en ningún trabajo.

Comentarios

Por fin alguien con sentido común

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