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“Con el burro, agua y bocadillos recibíamos a los peregrinos en la Peña”

Antonio Ravelo recuerda, a sus 80 años, el puesto de pan de su padre y Juana Ruiz rememora las parrandas interminables ahora que todos los caminos conducen a Vega de Río Palmas

Itziar Fernández 6 COMENTARIOS 14/09/2023 - 07:27

La población de Fuerteventura volverá a vivir con fervor y alegría, el tercer fin de semana del mes de septiembre, su fiesta grande en honor a la patrona de la Isla, la Virgen de la Peña. Como manda la tradición y durante esos días, todos los caminos conducen al santuario de Vega de Río Palmas. La localidad, la ermita y la patrona se visten de gala para recibir al pueblo majorero.

La vecindad, en su mayoría personas mayores, celebran esta fiesta con intensidad y comparten anécdotas festivas de toda una vida. Algunos, incluso de forma reivindicativa, reclaman al Cabildo y al Ayuntamiento de Betancuria que repasen la historia de esta fiesta para recuperar actos y cambiar el programa festivo, con más actuaciones musicales durante todo el viernes para recibir a los peregrinos, celebrar un gran encuentro folclórico con bailes típicos y rondallas de todas las Islas, dar más valor al histórico sábado, día de la Virgen de la Peña, y más espacio para los niños con juegos infantiles y deportes autóctonos.

Vega de Río Palmas ha sido un pueblo agrícola y ganadero, y los vecinos apuestan por ahondar en estos sectores, recopilar fotografías antiguas, organizar exposiciones, visitas por el barranco de la Peña y revivir costumbres que se han perdido, para atraer a los visitantes no sólo el santuario, sino también a todo el entorno de la Vega, que se ha quedado despoblado y aislado en la actualidad.

Antonio Ravelo González es un vecino de 80 años que reside junto al ambulatorio y es un libro abierto sobre la festividad de la Peña. “Las fiestas han cambiado tanto desde que era un niño que ya han perdido casi por completo su esencia, que era la de rezar a la Virgen, pedir o cumplir promesas, compartir impresiones, comidas con la gente, pasar un par de días en el Valle y disfrutar de una buena parranda”, resume.

La gente acudía por goteo los días previos y no todos a la vez, como sucede ahora cada tercer viernes de septiembre. Para Antonio, un recuerdo imborrable era cargar agua y pan desde su casa hasta el puesto que ponía su padre en la plaza durante las fiestas. “Mi padre era panadero y esos días se trabajaba el doble para tener bocadillos, dar de comer y beber a los peregrinos que venían caminando hasta la Vega. Éramos seis hermanos y las fiestas de la Peña eran de mucho trabajo, pero lo pasábamos muy bien”, recuerda este vecino.

Los visitantes amarraban los burros, carros y camellos por fuera de la plaza. “Los camellos machos se ponían en celo, se levantaban y los ganaderos tenían que sacarlos y tranquilizarlos”, afirma Antonio.

Hace 70 años, Vega de Río Palmas era un valle floreciente, más poblado, muy bonito, con muchas casitas diseminadas y cuando llegaba la fiesta de la Peña las familias encalaban, limpiaban y buscaban víveres para acoger a las familias que venían de otros pueblos. También se celebraban excursiones por el barranco hasta la ermita de Las Peñitas. “Al lado de la iglesia había unas celdas, que eran unas casitas, que se abrían para las familias que llegaban caminando, en burro, y, años más tarde, en camionetas, para que se quedaran a descansar a la sombra porque eran días de verano muy calurosos”, recuerda.

Antonio rememora que se ponían puestos en la plaza y se cocinaba carne de cabra para los peregrinos y no faltaba el gofio, el pan de leña, el queso majorero y el turrón canario. “Las parrandas con música de cuerdas resonaban en todos los rincones y el cura no permitía los bailes de taifas cuando se celebraban las misas, así que se organizaban ocho días antes de la fiesta y ocho días después”, afirma con una sonrisa.

Se ponían banderines y los únicos faroles para alumbrar eran de petróleo. Todas las familias querían lucir un traje nuevo en la fiesta. “Había un señor que tenía una tienda en Betancuria, que vendía telas, y el que más dinero tenía corría a comprarlas y hacerse los trajes, pantalones, camisas, faldas, ropas parecidas al traje típico canario de campesino que se ponen ahora”, señala Antonio.

Este vecino cuenta que su madre no era costurera, pero sabía coser y siempre estrenaban trajes. “En aquellos tiempos nadie tenía nada, el que conseguía una buena chaqueta era feliz”. Antonio Ravelo hace una pequeña crítica a la romería actual, porque en otros tiempos muchos peregrinos llegaban hasta el pueblo y el paso de las carretas era del sur a la iglesia. “Ahora la romería la hacen desde Majada la Vieja en Betancuria y meten a la gente por todo el barranco, con el calor, cuando nunca fue así, siempre se reunían los visitantes en el pueblo de la Vega abajo, saludaban a las familias y se subía con carretas, comida y animales a la plaza y a la iglesia”, apunta.

En su repaso histórico, Antonio Ravelo subraya que ha sido testigo de los cambios en las fiestas y en su vida. “Me casé, me hice mi casa, tuve dos hijos. En ese tiempo la fiesta de la Peña fue cambiando, luego se llenaba de ventorrillos, tómbolas, bares, hasta llegó la muñeca chochona y el cura se enfadaba porque hacían mucho ruido”, relata sonriente.

Antonio: “Los bailes de taifas se organizaban ocho días antes y ocho días después”

En su opinión, la fiesta comenzó a cambiar en los últimos años, a convertirse en botellón, con borracheras juveniles por los caminos y eso no le gustaba. “Ahora está un poco más controlada, con gente que viene caminando por el día, también en las jornadas previas durante el mes septiembre ya vemos a muchos peregrinos por el pueblo y también en días posteriores”, reflexiona.

En la actualidad, gran parte de los residentes son mayores porque, como en la mayoría de los caseríos del campo, los jóvenes se han ido. “Un ejemplo son mis dos hijos, que no viven en la Vega porque la gente joven busca ciudades grandes, con más servicios y tiendas, y sólo vienen de visita o a las fiestas”, reconoce. Quedan alrededor de un centenar de residentes en Vega de Río Palmas y gozan de una genética admirable con 80, 90 y 100 años.

Un violín en la fiesta

Por otro lado, Juani Ruiz, de 46 años, rememora las fiestas de la Peña de su infancia. Todas sus vivencias están muy relacionadas con la música folclórica porque se crio en una familia de músicos y las parrandas marcaron su vida. “Se vivía con mucho fervor, no sólo por su carácter religioso, con las ofrendas a la Virgen, sino que era también un icono cultural y etnográfico porque la Isla entera peregrinaba hasta la Vega, subía montañas y atravesaba todas las sendas para ver a la patrona de Fuerteventura; antes no se hablaba de romería, sino de una peregrinación”, explica.

Juana recuerda, como Antonio, las celdas para el descanso de vecinos llegados incluso de Lanzarote y la reunión de los grupos folclóricos de la Isla. Su padre fue monitor de la Escuela de Folclore de Fuerteventura y no había fiesta de la Peña sin el violín de Juan Ruiz. Según Juana, se concentraban hasta 80 agrupaciones y tenía lugar un verdadero desfile de rondallas. “Aunque mi padre era de la Vega, de pequeña viví en Gran Tarajal y recuerdo como algo inolvidable venir a tocar, actuar en el escenario de la plaza de la Vega, algo que para mí era muy emocionante e impresionante, porque venían parrandas de fuera y era muy bonito”.

“Mi padre fue músico, tocaba todos los instrumentos, pero durante la Peña siempre iba con el violín a cuestas. A él le gustaba llegar el primero y siempre estaba tocando y animando la fiesta”, revive con añoranza Juani. También recuerda los ventorrillos tradicionales alrededor de la plaza y la cuba de agua que ponía el Cabildo para que se refrescaran los visitantes.

“Llegaban los parranderos de toda la Isla y mi padre se reunía en los ventorrillos con tocadores y cantadores”, recuerda. “Tengo la imagen de Manuel Navarro, los hermanos Martín de los Lajares, Domingo El Colorao y otros músicos conocidos, que se reunían y pasaban la noche de parranda”. Los propios peregrinos animaban la fiesta con sus canciones y su arte. “Mi madre y yo nos íbamos a casa, pero ellos seguían hasta el amanecer”.

Juani destaca también la reunión de los peregrinos y los vecinos, y de las rondallas en la banda de abajo de la Vega, a diferencia de ahora. Se decoraban las carretas y se cargaban productos de la tierra, con burros, cabras, camellos. “El núcleo principal y residencial era abajo y de allí se hacía una romería hasta la plaza de la iglesia y no desde Betancuria como se hace ahora”, insiste.

También Ruiz subraya que el día principal de la Virgen de la Peña siempre fue el sábado. “En mi opinión, el sábado debe volver a ser el día festivo porque era una tradición, se celebraba el tercer sábado de septiembre y todo el mundo llegaba el viernes por la noche y de madrugada, mientras que ahora, al poner el festivo el viernes ha perdido mucha fuerza”, considera. “Antes, la gente se quedaba todo el fin de semana, había festejos a todas horas. En cambio, ahora, la gente llega en días diferentes y se ha perdido la esencia”, apostilla Juani.

La festividad se vivía con tanto fervor que no había un majorero que se quedara en casa, todo el mundo caminaba hasta la Vega, destaca Ruiz, porque “era de obligado cumplimiento venir a rezar y a ver ese día a la Virgen de la Peña”. Siendo pequeña Juani, sentada en la puerta de la iglesia junto a su madre, se quedó impactada al ver a algunos peregrinos y peregrinas entrar de rodillas, sangrando hasta el altar para pagar sus promesas. “Ahora ya no se ve tanto eso, pero era muy común, ante una desgracia familiar o una enfermedad, pedir a la Virgen salud, porque siempre escuché a mis abuelos decir que la Peña era milagrosa y se pedían muchas promesas a la patrona; ahora le traen flores, pero no se ve esa devoción tan grande”.

Una tradición que se mantiene es la de albear las paredes y dejarlas relucientes: “Antes se reunían las familias, se comía y en mi casa todo se festejaba con música”. Un deseo de Juani Ruiz es que las nuevas generaciones conozcan y respeten las tradiciones para que no se pierdan. “Un sentimiento que aflora cuando llegas a los 40 y 50 años, una edad en la que buscamos profundizar en las tradiciones que nos enseñaron nuestros padres y abuelos. Queremos que ese legado siga vivo en un futuro”, destaca.

Una de esas costumbres es la peregrinación de todo el vecindario del municipio de Betancuria desde la iglesia de la Peña a la ermita de Malpaso, en el barranco de Las Peñitas. Se celebra cada año el domingo antes de la festividad de la Virgen de la Peña y, en la actualidad, reúne a numerosos devotos y visitantes. La romería comienza a las cinco de la tarde y, una vez en la ermita, se realiza una ofrenda floral a la Virgen. Se regresa casi al anochecer y muchas religiosas portan linternas para iluminar el camino de vuelta.

La Venta del Queso

Belén Cerpa regenta el restaurante la Venta del Queso de Betancuria, junto a la carretera. Su estratégica ubicación se ha convertido en una parada obligatoria para los peregrinos y lugar de descanso para los turistas durante todo el año. “Las fiestas de la patrona insular deberían ser lo más grande, tener más promoción”, afirma. Para la hostelera, el programa de actos es muy reducido y los romeros acuden a la iglesia a ver a la Virgen y se van. “El año pasado tuvimos una anécdota con una familia que acudió caminando y, a la vuelta, a mediodía, la niña decía que no encontró entre los puestos ni un globo para comprar en la plaza”.

Belén: “Nuestro lema en la romería es que no se cierra hasta que pasa el último peregrino”

Belén detecta el cambio de la fiesta: “La gente ahora sale al amanecer y a mediodía no hay nada en la plaza. Creo que deberían aumentar la participación de los majoreros, organizar actividades los días previos y actos musicales durante todo el fin de semana para atraer al público, porque ha perdido muchos visitantes”, sostiene. “Nuestro lema el viernes de romería es abrir temprano y no se cierra hasta que no pasa el último peregrino, para que todo el mundo pueda reponer fuerzas y seguir el camino hasta la iglesia”, asegura Belén.

El viernes, los peregrinos comienzan a llegar al amanecer y sigue el goteo de gente hasta la madrugada del sábado. “No hay tanta aglomeración como hace una década, pero pasan cientos de visitantes durante el fin de semana. Lo más que demandan son bocadillos de queso, raciones de carne de cabra y cochino”, indica. “Ese fin de semana cocinamos el doble y hasta el triple de lo habitual, pero al final todo se agota”.

En la última edición se celebró un impactante espectáculo audiovisual durante el pregón y también se ha incluido una teatralización histórica, además de degustación de puchero canario, almuerzo típico el festivo y encuentro de los mayores con actuaciones musicales después de la función religiosa. El domingo se cierra el programa con una luchada y una exhibición de deportes autóctonos.

Comentarios

Recuerdo ver los " puestos" que montaban en plena calle, con grandes calderos sobre piedras, teniques, bajo los que ardía fuego de leña, guisando comida, pucheros y sopa fideos, para quienes quisieran - ¡ y pudieran! - compar y comerse un plato o una escuadilla. Como no había luz eléctrica, que yo recuerde, por esos lugares, de noche impresionaba ver los resplandores de esas luminarias de fogatas de leña. Al menos, por esto último se grabaron en mi memoria.
Se me grabaron para siempre, en mi mente infantil de entonces, las figuras de masas negras, recortadas entre la oscuridad de la noche y los resplandores de las llamas de los fuegos, formadas por las señoras cocineras, vestidas con trajes hasta los pies, y mangas hasta los puños, pañuelos en la cabeza. Todo, dominando el color negro, negro. También los tiempos, para el pueblo, eran del mismo tono: oscuros, grises, canelos... y de "verdes", " pardos" y "caquis", dominando.
Muchos íbamos en camiones, camionetadas de gentes, con las carrocerías llenas a tope, repletas, como aún se ven por África, Asia. Daba miedo transitar por aquella carretera desde Pájara hasta La Vega, estrecha, en malas condiciones, repleta de curvas. Sobre todo, cuando se encontraban dos caminos, o ellos y alguna de las guaguas de Juanito.Pepito.
Todavía parece que veo a aquellos fieles, en su inmensa mayoría mujeres, la mayor parte de ellas ya maduras y hasta ancianas, posiblemente con artrosis y sus dolores, yendo de rodillas desde la puerta, o más afuera del templo o iglesia de la Virgen de La Peña, hasta el altar, como " sacrificio.pago a promesas" hechas a la Virgen, a cambio o por haber recibido respuesta favorable de ruegos o peticiones a la figura divina. No sé si todavía hoy se seguirán haciendo esas cosas.
Solo alguien, y como de pasada, nombra los turrones, y nada de piñas, pirulís, peladillas y otras golosinas, que volvían loca a la chiquillería de entonces, que sólo muy de tanto en tanto podía saborear una pastilla, un caramelo, unas galletas o galletones marca Tamarán ( Las primeras, menores y más delgadas, mejor elaboradas, y los segundos, bastante mayores y más gordos y ruticos). Juan Hernández y su mujer, de Tiscamanita, eran los turroneros que yo recuerdo, que llevaban su puesto y productos por las fiestas de la isla, no sólo la de La Peña. Y a Carmita la de los pirulís, o pirulines, originaria también del pueblo de los gatos pero avecindada en el de los cangrejos, como tantos paisanos suyos. Carlita despachaba las golosinas que la "apellidaban", más algunas rapaduras, piñas... Creo que todo lo hacía ella misma, artesalmente. Todo lo hacía, menos el papel estrasa con que los " embolsaba". Los padres, abuelos, padrinos, en fiestas eran más generosos con sus pupilos de lo que lo eran normalmente. Después de todo, en sus pagos, tan míseros y aislados, tampoco tenían muchas oportunidades ni ocasiones para mostrarse.demostrarse espléndidos.
Que bonitas anécdotas, gracias por compartirlas. Ojalá que los jóvenes se den cuenta de lo importante que es mantener las tradiciones. Que viva la Virgen de la Peña!

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